miércoles, 10 de agosto de 2016

Mi amado Ángel. Por Flora Martínez Estevan (4ºB IES La Serranía)

Este precioso relato de Flora Martínez Estevan fue galardonado con el accésit en la modalidad de relato corto en el XV concurso literario del IES La Serranía. Queda aquí publicado como homenaje a los chicos y chicas de La Serranía que me han acompañado en el recién terminado curso 2015-2016.


MI AMADO ÁNGEL


Fuente imagen: http://images.forwallpaper.com



Salgo de clase, como un día cualquiera. “Vaya asco de curso”, pienso. Últimamente no estoy pasando los mejores días de mi vida; los problemas se me están acumulando. Mis primeros suspensos, la muerte de mamá, la rebeldía de mi hermano pequeño, el cual está en pleno inicio de la adolescencia… Intento sacar esos pensamientos de mi cabeza. Intento fallido. Me gustaría que mi madre estuviera fuera de la universidad, esperándome para llevarme a casa y comer con ella sus estupendos macarrones con tomate. Sin embargo, no está, no estará nunca.

Pese a todos esos problemas, tengo mi pequeña gran alegría: ella, la chica de la que llevo enamorada más de un año. Al principio todo era muy complicado, ninguna de las dos sabíamos que nos gustábamos, ni siquiera que nos gustaban las chicas; vivíamos en un pueblo, donde la gente habla y está chapada a la antigua. Mis sentimientos hacia ella surgieron mucho antes que los suyos hacia mí. Después de un tiempo, me di cuenta de que no puedes fiarte de una escritora como yo, ya que podemos enamorarte sin ni siquiera tocarte.

No tenemos una gran historia de amor como las que cuentan en las películas o esas novelas románticas que tanto nos gustan a ambas.

Todo surgió una mañana de abril, cuando ella descubrió que le había dedicado una frase en un libro que le había regalado. “Sencillamente me gustas tú, me gustas así.” Ahora me río al recordarlo, pero aquel día estaba realmente nerviosa, no sabía cómo se lo iba a tomar, pero todo salió a la perfección. Recuerdo perfectamente la manera en la que se puso de puntillas para llegar a darnos un beso, el primero de muchos. Después de eso, hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero aquí estamos, juntas y la quiero, la quiero con toda mi alma.

Está esperando fuera del edificio donde paso la mayor parte de mi vida. Desde que empecé la universidad, no tengo tiempo ni para respirar. Cuando me ve, sonríe, pero está enfadada. Siempre me dice que soy la última en salir, y la verdad, es que tiene un poco de razón. Su facultad está muy lejos de la mía, siempre sale más pronto que yo y suelo salir tarde. Pero hoy, he tardado por una razón muy especial: hoy hacemos once meses, ¡se piensa que no me acuerdo! Tengo muchas sorpresas para ella. Se va a venir a pasar conmigo el fin de semana a mi casa.

- ¿Siempre tienes que salir tan tarde? Un día de estos no te pienso esperar.

- Oh, buenos días a ti también, vida mía-. Sonríe. - ¿Le gustaría pasar todo el fin de semana a mi vera para celebrar los maravillosos once meses que llevamos juntas?

Alexandra me mira con una expresión de sorpresa. Yo había hablado con su madre para decirle que este fin de semana lo pasaría conmigo. Obviamente, ella no tenía la menor idea.

- Esa es una estupenda idea, Carla; pero debería avisar a mi madre.

-Tranquila, ya está avisada de todo.

Entonces sonríe y se pone de puntillas para besarme como la primera vez. Ella es la manera que tiene la vida de demostrarme que no es tan cruel como pensaba. Y me besa, con esa dulzura que tiene ella, capaz de acoger el corazón más duro de todos. En cierto modo, es lo que hizo ella: reconstruyó con su alma un corazón destrozado.

-Estás loca -. Susurra entre besos.

-Lo sé, por tu culpa.

*****

La tarde transcurre con total tranquilidad; nos la pasamos en mi cuarto, entre "te quieros" y sonrisas hasta que se queda dormida.

No puedo dejar de mirarla, es tan bonita. Cada vez que pienso cada vez que he soñado en esta misma habitación, todo lo que he escrito teniendo de musa su risa, no puedo evitar sonreírle a mi suerte. "Es ella", pienso. "Sé que, si no es ella, no lo va a ser nadie”.

Y me quedo ahí, mirándola y pensando que quiero que sea ese rostro el que vea cada día de mi vida al despertarme. Sin más, la beso, sin ningún pudor o miedo a que se despierte, pero lo hace.

- ¿Por qué me besas? - Dice asombrada, como si fuera la primera vez que lo hago.

Pero decido no responderle y le beso de nuevo. Mi cuerpo se relaja, me acaricia las mejillas, hasta que me muerde. Pero me da igual, me dejo hacer. Los besos continúan, hasta que decido parar.

-Ahora no, no es el momento-. Digo amargamente. -Créeme, me gustaría seguir, pero está mi hermano y mi padre en casa. Esta noche, te lo prometo.

-Está bien-. Suspira. -Pero de esta noche no pasa.

Se ríe y me lo contagia. Tiene una de esas risas que podrían ser melodía de cualquier sinfonía. No me resisto y la abrazo, con toda la ternura que puede darle una persona tan fría como yo. Le digo que la quiero, porque es la verdad más pura que puede salir de mí.

Sería capaz de pasarme horas así. Con ella, las agujas del reloj se paran; no hay tiempo, solo estamos nosotras. Desde hace mucho tiempo que no considero que hay un “ella y yo” sino un “nosotras”. Y es que, qué bonito es querer y que sea correspondido. Siempre he pensado que el hecho de amar recíprocamente es como si te tocase la lotería; es uno entre un millón. Y yo tuve la suerte de encontrar entre miles de ojos, los suyos.

*****

Llega la noche antes de lo que me esperaba. Ahora se está duchando y yo preparado una de las muchas sorpresas que nos piensa deparar la noche. Sonrío, no puedo evitarlo, hacía mucho tiempo que no estaba así.

Voy a mi cuarto, abro el armario y busco esa pequeña bolsa que tengo preparada desde hace semanas. En ella se encuentra un vestido blanco que sé que le quedará a la perfección. Escribo una de nota, de esas que tanto le gustan, de esas que hicieron que se enamorase de mí.

Por mucho que seas la guerrera que me sacó de mis infiernos, siempre me gusta verte como una princesa.

Te quiero.

Pienso que no me puede ver ahí, así que decido esperarla en el sitio donde vamos a cenar. Aviso a mi padre para que cuando Alexandra esté preparada, le diga donde estoy. Mi padre asiente, es mi cómplice y me alegro mucho de ello. Desde la muerte de mamá, él se encarga de todo, y espero en un futuro poder agradecérselo.

Salgo de mi casa, no hace nada de frío; se está empezando a notar que llega el verano. Camino por todas aquellas calles que ya me sé de memoria, e intento no pensar en nada, aunque me es imposible. Cada una de las calles contiene un recuerdo efímero único: paseos con mi madre, tropezones con mi hermano… Me hace ilusión pensar que algún día recorreré todas esas calles que inundan mis recuerdos con ella, y quién sabe si con un niño o con un perro. Sonrío al pensar en todo esto. A día de hoy no puedo imaginarme un simple día sin ella; es la columna que no falla cuando se derrumba la muralla.

Sin darme cuenta, ya he llegado al restaurante. Entro, y noto como la gente me mira. ¿No es curioso eso de entrar en un lugar, ya puede ser un bar o el metro, y que todo el mundo se te queda mirando? Qué curioso.

Saludo al camarero y le recuerdo mi reserva. Asiente y sonríe, como si fuese cómplice de todo lo que va a pasar esta noche. Me señala la mesa del fondo, una de las más apartadas. “Perfecto”, pienso. Camino con total seguridad, mi autoestima no es que sea muy alta, pero hoy solo soy capaz de pensar en la noche que me espera.

Me siento en la silla de la derecha y espero que venga. Me suena el móvil. “Te odio, es precioso”. Me río en voz baja. “Date prisa, que como me canse de esperar me voy”.

A los diez minutos llega, la veo por el cristal de la puerta. Como había previsto, el vestido le queda perfecto. Está deslumbrante, parece un ángel; mi amado ángel.

Camina con seguridad hacia mí; noto su pudor ante las miradas atentas de los demás comensales, pero los comprendo, yo tampoco soy capaz de dejar de mirarla. Cuando ve mi expresión, se pone roja y sonríe. Y yo sonrío. ¿Cómo es posible que la felicidad de alguien puede convertirse en la tuya también?

-Estás preciosa-. Digo cuando llega a unos pasos de mí.

-Y tú estás loca de remate. No tienes remedio-. Y me besa.

*****

La cena transcurre con total normalidad. Entre risas y bromas las horas se me pasan volando, como en un sueño, mi pequeño sueño del que no quiero salir.

- ¿Damos un paseo? Lleguemos a casa andando, así no hace falta llamar a tu padre-. Me dice, con toda la dulzura del mundo, como si me molestase.

-Está bien.

Salimos del local y automáticamente me da la mano, como si de una costumbre se tratase. Pasamos de nuevo por todas esas calles que anteriormente ya he nombrado y le cuento alguna de las historias que me rondan por la cabeza. Ella ríe, le gustan mis historias y mi manera de contarlas.

Llegamos a mi casa, abro la puerta y me dice que tenga cuidado por si despertamos a mi padre o a mi hermano. Lo que ella no sabe es que ellos esta noche no estarán aquí. Se lo digo y se ríe, sabe cuáles serán mis intenciones. Vamos al comedor y allí empiezan las sorpresas. Hay unas flechas por el suelo, las cuales llevan a mi habitación. Allí encontramos la cama llena de notas diciendo “Te quiero” y “Siempre estarás tú”. Se gira, me abraza y me besa. Todo eso dura segundos, pero siento como si fueran horas, quisiera pasarme así toda la vida.

La abrazo por la espalda y le aparto el pelo del cuello, la beso despacio. Se ríe, es feliz, lo noto en cada centímetro de su cuerpo. Mis manos recorren su espalda hasta llegar a la cremallera, la bajo. Tiene la piel suave, me encanta. Es un gran contraste con mis manos duras y ásperas. Así, sería capaz de demostrar con gestos lo que no puedo con palabras.

Me pierdo con ella, mientras que sábanas y estrellas son testigos de todo un sueño, mientras que mi mente viaja por la suya, mientras que el cariño se hace carne.

*****

Estamos en la cama, abrazadas. Le doy un beso en la mejilla.

- ¿Qué pasa? - Me pregunta con una sonrisa en la cara.

-Nada, que te quiero.

-Y yo a ti.

Me acerco hacia ella y la beso. Tiene los labios carnosos y dulces, saben al helado que se ha tomado después de cenar. Sonrío; siempre he pensado que las mejores sonrisas son aquellas que ocurren entre besos.

-Alexandra, eres lo mejor que me ha pasado nunca. Un día te tuve como amiga, y ahora te tengo como compañera de mundo. Me muero de ganas por ver cómo pasa el tiempo y te tengo a mi lado por siempre. Qué sí, qué siempre es una palabra muy fuerte, pero pensándolo bien, más fuerte es lo que siento por ti-. Me cuesta muchísimo hablar-. Me gustaría agradecerte todo lo que has hecho por mí, todo lo que aguantas cada día. Has aguantado mis lloros, mis dolores; y pese a todo sigues a mi lado. Gracias por ser tú, gracias por curar mis heridas. Te quiero, y mucho llega a ser poco.

Desde que empezamos a salir, le ha gustado que le diga este tipo de cosas. Estudio filología hispánica, y ella estudia medicina. Es la ciencia que le da sentido a mis letras.

-Tú también eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Te debo muchísimo y la verdad es que no me arrepiento de nada de lo que ha pasado contigo.

Me doy cuenta que la luz está apagada, y decido encenderla. Me levanto bajo la mirada expectante de Alexandra. Enciendo la luz. La observo y me rio.

- ¿De qué te ríes?

-Ahora que te miro detenidamente, eres preciosa-. Digo mientras me vuelvo a la cama.

Se sonroja y se tapa la cara con la sábana. Me río y le quito la tela que le tapa su rostro.

-Sí-, la beso-. Increíblemente preciosa.


FIN

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