domingo, 21 de agosto de 2016

La Torre Oscura: libros, cómics y la película de la que todo el mundo hablará en unos meses.

Hace seis años Juego de tronos sólo sonaba de algo a los aficionados a la literatura fantástica, pero hoy todo el mundo sabe quién es Tyrion, que los Lannister siempre pagan sus deudas y que se acerca el invierno. Del mismo modo, me atrevo a decir que hoy somos relativamente pocos los que sabemos que este mundo se ha movido, que ka es una rueda y que todo es 19. La torre oscura es, curiosamente, la obra menos conocida por el gran público de un escritor tan popular como Stephen King. 

Pero se está rodando una película que se estrenará en febrero de 2017. 

Y sería una pena que muchos lectores potenciales de la obra la descubriesen antes por su adaptación cinematográfica que por su lectura, como a mucha gente le ocurrió con J̶u̶e̶g̶o̶ ̶d̶e̶ ̶t̶r̶o̶n̶o̶s̶ Canción de hielo y fuego

Así que aquí va una humilde entrada sobre el tema, pues estamos no sólo ante la obra magna de un autor como Stephen King, tan querido por los Librópatas de toda condición, sino ante un auténtico monumento literario que aúna terror, fantasía, ciencia ficción, metaliteratura y toneladas de sentido de la maravilla. 

Los siete libros que componen la saga. 
Posteriormente se publicaría un octavo volumen que contiene tres relatos cortos.

La torre oscura es una saga compuesta por siete libros principales y algunos relatos cortos repartidos en otros volúmenes, enriquecida después en formato cómic mediante una serie de la que ya van publicados en español 10 tomos. La saga relata la búsqueda de la mítica Torre Oscura por parte de Roland Deschain, el último pistolero de un mundo "que se ha movido", y las primeras líneas de su primer capítulo forman ya parte del Salón de la Fama de las Primeras Líneas de la Literatura Fantástica (si es que tal cosa existe. Bueno, tal cosa existe necesariamente en algún mundo):

El hombre de negro huía a través del desierto, y el pistolero iba en pos de él

Roland Deschain en el desierto. Al fondo, la Torre Oscura. 

Este es el punto de partida del primer libro de la serie. Un pistolero persigue por el desierto a un enigmático hombre de negro. Después nos descubriremos ante un paisaje de western postapocalíptico, que en principio parece el futuro lejano de nuestra civilización pero que resultará ser algo mucho más estimulante; que hay una legendaria Torre fuera de todo tiempo y espacio, que mantiene unidas infinitas realidades; que se puede viajar entre esos universos paralelos e innumerables, y que todos estamos sujetos a ka, la rueda del destino que gira y gira. En La torre oscura se dan cita la ciencia ficción, la fantasía épica, el relato heroico y el terror. Además, la saga al completo interactúa con el resto de la obra de Stephen King, con continuas referencias en múltiples direcciones y guiños aquí y allá para sus Lectores Constantes (así llama King cariñosamente a sus seguidores más fieles). 

Algunas cubiertas de la serie de cómics editada por Marvel. 

No es este el lugar para que profundicemos en el argumento de la saga, ni en sus cómics, ni en la película que se está rodando (podéis encontrar un buen resumen de todo ello en esta entrada de Cinemanía). El objetivo de esta entrada es, sencillamente, estimular vuestra curiosidad y moveros hacia la lectura antes de que la obra se convierta en un fenómeno mediático y ya os resulte muy difícil adentraros en sus páginas con la mente libre de referencias. 

Mi recomendación libropática es esta: leed el primer volumen, titulado El pistolero. Si conectáis con su mundo, bienvenidos: tenéis por delante cientos y cientos de páginas asombrosas y una experiencia literaria única. Si no, no pasa nada, dadle una oportunidad a la película que se estrenará el próximo año y volved cuando queráis. 

Pues ka es una rueda.



miércoles, 10 de agosto de 2016

Tres segundos. Por María Morcillo Aparicio (4ºB IES La Serranía)



Os presento el relato ganador en la modalidad de relato corto en el XV concurso literario del IES La Serranía del recién terminado curso 2015-2016. Es obra de María Morcillo Aparicio, y supone un acercamiento muy particular a algunas claves de la fantasía y ciencia ficción contemporáneas. Con esta pieza terminamos el repaso a algunos de los mejores textos de este año (podéis leer el accésit de relato corto aquí y el primer premio de poesía aquí). 

Deseo que disfrutéis con su lectura tanto como yo he disfrutado compartiendo vivencias con los chicos y chicas de La Serranía :-)



TRES SEGUNDOS

Fuente imagen: http://www.magic4walls.com


Estaba sentada en la cornisa, con los pies asomados y las manos apoyadas en sus rodillas, con las piernas ejerciendo presión sobre la piedra como si eso le proporcionase algún tipo de protección. El viento le agitaba su melena corta y le impedía la vista, su respiración se aceleraba y miles de escalofríos incómodos recorrían su espalda.

Empezó a mover los pies hacia adelante y hacia atrás, hacia atrás y hacia adelante. Su cuerpo se balanceaba de acuerdo al vaivén de sus piernas, miraba abajo y el viento la volvía a golpear con fuerza, y ella miraba el vacío con la obsesión de ser capaz de llegar al suelo en tres segundos. Se balanceó un poco más fuerte, e impulsaba su cuerpo poniéndolo justo en el borde del vacío. Eso le gustaba, despilfarraba adrenalina, y sonreía como si estuviera loca de remate. Imaginaba su cuerpo volando hacia abajo, teniendo como última sensación el llanto del viento chocando contra su cara, mientras la evasión no le dejaba claro ningún sentimiento. En ese alféizar le tiraba piedras a la luna mientras su luz descansaba sobre su cabeza, mientras el frío le helaba las entrañas y el silencio le acariciaba la espalda. Y eso la convirtió en un par de ojos cansados dispuestos a descubrir lo inimaginable.

Recuerdo bien esa ventana, se quedaba dormida mirando tras ella y pasaba las tardes de lluvia mirando las gotas que hacían carreras por el cristal. Muchas veces se sintió intimidada por el vacío de la noche, y sin embargo se planteó hacerse parte de esa incertidumbre, pero por alguna razón decidió quedarse para seguir ensuciando la realidad con poesía vulgar, y de esa manera descubrió que en un folio caben dos universos si sabes utilizar bien tu espacio.

Se dejaba llevar por el viento de la altura, y en momentos pensaba que era polvo, y en realidad lo era, porque eso es lo que éramos. Nos vanagloriábamos de ser la cúspide de la creación cuando en realidad éramos simples motas de polvo interestelar, sombras, destellos incandescentes en la infinitud del universo, parásitos anidados en una jungla de edificios.

La vida en la Tierra sería tan breve como su razón, y había días en los que el hastío era insoportable. Lo consideraba gracioso, porque toda la locura que se derrochaba le hacía vomitar lucidez, y el mundo que le escupía verdades a la cara cada vez se hacía más pequeño ante sus ojos, y tuvo la esperanza de dejar sordo al mundo a base de gritos afónicos.

Con quince años ya susurraba socorros entre líneas y entonces ya tenía en mente utilizar su último resquicio de aire para llegar al paraíso que tantos ansiaban, ya fuera en una isla tropical o en el pueblo en que había vivido siempre, pero también sabía que otros tantos utilizarían su último suspiro para esperar su propio apocalipsis, no de incendios o huracanes, sino de furia y de dolor. Bien, el mundo carecía de humanidad, pero aún estaban los que la seguían mostrando, escondidos pero atentos, en busca de un lugar donde poder dar rienda suelta a la locura.

Nosotros, los que nos salvamos de la peste del sentido común siempre quisimos armonizar el caos que transformaba el mundo en el que habíamos crecido. Pero un simple terrícola como tú no lo entendería. Pensábamos en el mañana como miedo nos daba el ahora, pero haber renunciado a la última oportunidad habría sido como un eterno camino de vuelta. El mundo de entonces no era como el de antes, la gente luchaba por lo que creía, todo el mundo exigía, y los que más necesitaban morían asesinados en el intento. Nadie tenía en cuenta que sus vidas iban a terminar pronto y seguían bebiendo del vaso sin saborear el agua, se levantaron mil barreras y todo se convirtió en dolor.

Ella empezó a existir el día en que por primera vez escuchó ruidos en su cabeza, los que se convirtieron en su obsesión durante toda su estancia en la tierra, provocándole unas ojeras malvas que se veían a kilómetros. Nunca logró entender lo que escuchaba y se limitaba a perder la cabeza chillando para hacer más ruido que ellos, y entonces escribía, pues decía que escribir le salvaba. A medida que crecía empezaba a entender que que escuchara voces y se montara películas no era el mayor de sus problemas, pues la tierra se degradaba a pasos lentos. Con toda su rabia se podría haber roto Asia y habrían sobrado bombas. El mundo se sumergió en un charco salado de sangre donde la gente corría sin saber adónde iba, y después volvía al mismo sitio del que huía. Y así estalló la tercera guerra mundial, y la cuarta, y la quinta, y al final dejamos de contarlas. El mundo se convirtió en un lugar donde Don Quijote habría matado a Dulcinea, un mundo lleno de ruinas, donde las bombas pedían a gritos dejar de volar de continente en continente y pedían descansar las armas, mientras la esperanza se evaporaba como el agua de África y la gente que creía en ella desaparecía.

Los ruidos de su cabeza no cesaban y la llevaban al límite.

Todo esto le proporcionó dosis de realidad que agradecería siempre, y se escapaba y se aislaba entre cielos casi rojos, mientras caminaba con aires cansados y brindaba con el viento por cada día que sobrevivía al caos. Se movía como un poema fugaz al ritmo de Extremoduro, se movía como un ser libre, a pesar de que no lo era. Porque de antemano ella no era nada, ni pasado, ni presente, ni futuro, era ruina y silencio incómodo. Su mente era un batiburrillo de violencia y poesía. Y a medida que pasaba el tiempo, los ruidos dejaban de golpear las paredes de su cabeza para flotar libremente en ella, pasaron a ser ruidillos que le llenaban el cráneo de luz. Pero al dejar de sufrir se dio cuenta de que debía buscar algo con lo que perder la cabeza , algo que contaminara su existencia. Entonces se enamoró de alguien que le hizo ver caer las estrellas una a una, que le hizo suspirar peligrosamente, y que le quitó las plumas una a una para evitarle el vuelo. Él se perdió entre sus grietas de persona rota y ya no quiso encontrarse nunca más y dejó el mundo de los cuerdos.

Una noche de jueves de un ambiguo noviembre ella se olvidó del amor como se olvidan las cosas sencillas.

Las noches se hacían eternas, y los nudos en la garganta cada vez más grandes, más pesados. Era un desastre que sabía utilizar bien sus palabras, que sabía como utilizar bien sus armas, aunque a veces se disparase contra ella misma y viviese con la mirada de una niña asustada. Era de las de mucha música y pocos diálogos, era de esas, de las que daría lo que fuera por el sabor de la luna, era de las que escribían por no gritar, de las que se levantaban pronto para ver cambiar de color el cielo. Y él… él era ese verso que guardaba en la recámara junto a sus balas, por si algún día decidía acabar con esto. Y entonces acordarse de él era una muestra más de que seguía en contacto con sus malos hábitos.

Todo se resquebrajaba. La realidad le dañaba, porque no tenía tiempo para entenderla. Sus sentimientos eran demasiado fuertes para las palabras pero demasiado tímidos para el mundo, no entendía muchas cosas, aunque tampoco pretendía entenderlas. Sin embargo odiaba vivir en la ignorancia.

Mientras tanto el mundo seguía rugiendo. Las bombas seguían perforando la tierra, y gritos de inocentes dejaban sordo al mundo, mientras la sonrisa de los responsables se escuchaba de fondo.

Y el mundo, loco, en lugar de aferrarse a un clavo ardiendo, se lo clavaba.

Esa mañana unos pequeños rayos anaranjados se colaban entre la persiana, y dibujaban largas líneas de luz entre sus piernas. Asomándose por la ventana pudo comprobar que estaba amaneciendo, y en algún momento del día vio a lo lejos como el cielo se abría y daba paso a trozos de metal. Primero se quedó quieta, y con los ojos como platos sus mejillas se convirtieron en un par de cascadas repletas de terror, se le comprimió el pecho y empezó a hiperventilar. En cuanto se vio capaz dio media vuelta y comenzó a correr. A medida que corría, se iba elevando poco a poco, y no se percató de ello hasta que ya estaba corriendo un palmo por encima del suelo, y se desmayó en el acto.

Cuando despertó, se encontraba en una habitación donde el silencio era tranquilo y nada tenso, un ser gris la miraba con ojos caídos, y le tendió la mano para levantarse. Ella hizo un ademán con la cabeza agradeciéndoselo y se levantó. Cuando escuchó las primeras palabras que le dirigieron el corazón dejó de latirle, pues se dio cuenta de que los ruidos que había estado escuchando desde pequeña no eran obra de la esquizofrenia ni de ninguna enfermedad mental, sino que se trataba de la lengua que estaba aprendiendo, con la que se comunicarían la generación que poblaría la tierra el día de mañana. Cuando ya no quedara nada por destruir.

Y así le dimos una patada a la maldita torre de babel.

Entre nebulosas de colores que no había visto nunca, destruimos nuestro planeta acabando con cabezas vacías, con cuerpos que no sentían y con corazones que no latían. Y hoy, después de ciento y algo de años, he vuelto a la ventana donde una vez me senté, donde solía soñar, y me he sentado como antaño, y me he balanceado hasta cansarme y he llorado viendo llover. De ello he decidido no hacer ni magia ni poesía, solo me he limitado a gritar a toda tinta que estoy loca y no me importa.

Luego he contado los segundos que he tardado en llegar al suelo.

Y en efecto, eran tres.

Mi amado Ángel. Por Flora Martínez Estevan (4ºB IES La Serranía)

Este precioso relato de Flora Martínez Estevan fue galardonado con el accésit en la modalidad de relato corto en el XV concurso literario del IES La Serranía. Queda aquí publicado como homenaje a los chicos y chicas de La Serranía que me han acompañado en el recién terminado curso 2015-2016.


MI AMADO ÁNGEL


Fuente imagen: http://images.forwallpaper.com



Salgo de clase, como un día cualquiera. “Vaya asco de curso”, pienso. Últimamente no estoy pasando los mejores días de mi vida; los problemas se me están acumulando. Mis primeros suspensos, la muerte de mamá, la rebeldía de mi hermano pequeño, el cual está en pleno inicio de la adolescencia… Intento sacar esos pensamientos de mi cabeza. Intento fallido. Me gustaría que mi madre estuviera fuera de la universidad, esperándome para llevarme a casa y comer con ella sus estupendos macarrones con tomate. Sin embargo, no está, no estará nunca.

Pese a todos esos problemas, tengo mi pequeña gran alegría: ella, la chica de la que llevo enamorada más de un año. Al principio todo era muy complicado, ninguna de las dos sabíamos que nos gustábamos, ni siquiera que nos gustaban las chicas; vivíamos en un pueblo, donde la gente habla y está chapada a la antigua. Mis sentimientos hacia ella surgieron mucho antes que los suyos hacia mí. Después de un tiempo, me di cuenta de que no puedes fiarte de una escritora como yo, ya que podemos enamorarte sin ni siquiera tocarte.

No tenemos una gran historia de amor como las que cuentan en las películas o esas novelas románticas que tanto nos gustan a ambas.

Todo surgió una mañana de abril, cuando ella descubrió que le había dedicado una frase en un libro que le había regalado. “Sencillamente me gustas tú, me gustas así.” Ahora me río al recordarlo, pero aquel día estaba realmente nerviosa, no sabía cómo se lo iba a tomar, pero todo salió a la perfección. Recuerdo perfectamente la manera en la que se puso de puntillas para llegar a darnos un beso, el primero de muchos. Después de eso, hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero aquí estamos, juntas y la quiero, la quiero con toda mi alma.

Está esperando fuera del edificio donde paso la mayor parte de mi vida. Desde que empecé la universidad, no tengo tiempo ni para respirar. Cuando me ve, sonríe, pero está enfadada. Siempre me dice que soy la última en salir, y la verdad, es que tiene un poco de razón. Su facultad está muy lejos de la mía, siempre sale más pronto que yo y suelo salir tarde. Pero hoy, he tardado por una razón muy especial: hoy hacemos once meses, ¡se piensa que no me acuerdo! Tengo muchas sorpresas para ella. Se va a venir a pasar conmigo el fin de semana a mi casa.

- ¿Siempre tienes que salir tan tarde? Un día de estos no te pienso esperar.

- Oh, buenos días a ti también, vida mía-. Sonríe. - ¿Le gustaría pasar todo el fin de semana a mi vera para celebrar los maravillosos once meses que llevamos juntas?

Alexandra me mira con una expresión de sorpresa. Yo había hablado con su madre para decirle que este fin de semana lo pasaría conmigo. Obviamente, ella no tenía la menor idea.

- Esa es una estupenda idea, Carla; pero debería avisar a mi madre.

-Tranquila, ya está avisada de todo.

Entonces sonríe y se pone de puntillas para besarme como la primera vez. Ella es la manera que tiene la vida de demostrarme que no es tan cruel como pensaba. Y me besa, con esa dulzura que tiene ella, capaz de acoger el corazón más duro de todos. En cierto modo, es lo que hizo ella: reconstruyó con su alma un corazón destrozado.

-Estás loca -. Susurra entre besos.

-Lo sé, por tu culpa.

*****

La tarde transcurre con total tranquilidad; nos la pasamos en mi cuarto, entre "te quieros" y sonrisas hasta que se queda dormida.

No puedo dejar de mirarla, es tan bonita. Cada vez que pienso cada vez que he soñado en esta misma habitación, todo lo que he escrito teniendo de musa su risa, no puedo evitar sonreírle a mi suerte. "Es ella", pienso. "Sé que, si no es ella, no lo va a ser nadie”.

Y me quedo ahí, mirándola y pensando que quiero que sea ese rostro el que vea cada día de mi vida al despertarme. Sin más, la beso, sin ningún pudor o miedo a que se despierte, pero lo hace.

- ¿Por qué me besas? - Dice asombrada, como si fuera la primera vez que lo hago.

Pero decido no responderle y le beso de nuevo. Mi cuerpo se relaja, me acaricia las mejillas, hasta que me muerde. Pero me da igual, me dejo hacer. Los besos continúan, hasta que decido parar.

-Ahora no, no es el momento-. Digo amargamente. -Créeme, me gustaría seguir, pero está mi hermano y mi padre en casa. Esta noche, te lo prometo.

-Está bien-. Suspira. -Pero de esta noche no pasa.

Se ríe y me lo contagia. Tiene una de esas risas que podrían ser melodía de cualquier sinfonía. No me resisto y la abrazo, con toda la ternura que puede darle una persona tan fría como yo. Le digo que la quiero, porque es la verdad más pura que puede salir de mí.

Sería capaz de pasarme horas así. Con ella, las agujas del reloj se paran; no hay tiempo, solo estamos nosotras. Desde hace mucho tiempo que no considero que hay un “ella y yo” sino un “nosotras”. Y es que, qué bonito es querer y que sea correspondido. Siempre he pensado que el hecho de amar recíprocamente es como si te tocase la lotería; es uno entre un millón. Y yo tuve la suerte de encontrar entre miles de ojos, los suyos.

*****

Llega la noche antes de lo que me esperaba. Ahora se está duchando y yo preparado una de las muchas sorpresas que nos piensa deparar la noche. Sonrío, no puedo evitarlo, hacía mucho tiempo que no estaba así.

Voy a mi cuarto, abro el armario y busco esa pequeña bolsa que tengo preparada desde hace semanas. En ella se encuentra un vestido blanco que sé que le quedará a la perfección. Escribo una de nota, de esas que tanto le gustan, de esas que hicieron que se enamorase de mí.

Por mucho que seas la guerrera que me sacó de mis infiernos, siempre me gusta verte como una princesa.

Te quiero.

Pienso que no me puede ver ahí, así que decido esperarla en el sitio donde vamos a cenar. Aviso a mi padre para que cuando Alexandra esté preparada, le diga donde estoy. Mi padre asiente, es mi cómplice y me alegro mucho de ello. Desde la muerte de mamá, él se encarga de todo, y espero en un futuro poder agradecérselo.

Salgo de mi casa, no hace nada de frío; se está empezando a notar que llega el verano. Camino por todas aquellas calles que ya me sé de memoria, e intento no pensar en nada, aunque me es imposible. Cada una de las calles contiene un recuerdo efímero único: paseos con mi madre, tropezones con mi hermano… Me hace ilusión pensar que algún día recorreré todas esas calles que inundan mis recuerdos con ella, y quién sabe si con un niño o con un perro. Sonrío al pensar en todo esto. A día de hoy no puedo imaginarme un simple día sin ella; es la columna que no falla cuando se derrumba la muralla.

Sin darme cuenta, ya he llegado al restaurante. Entro, y noto como la gente me mira. ¿No es curioso eso de entrar en un lugar, ya puede ser un bar o el metro, y que todo el mundo se te queda mirando? Qué curioso.

Saludo al camarero y le recuerdo mi reserva. Asiente y sonríe, como si fuese cómplice de todo lo que va a pasar esta noche. Me señala la mesa del fondo, una de las más apartadas. “Perfecto”, pienso. Camino con total seguridad, mi autoestima no es que sea muy alta, pero hoy solo soy capaz de pensar en la noche que me espera.

Me siento en la silla de la derecha y espero que venga. Me suena el móvil. “Te odio, es precioso”. Me río en voz baja. “Date prisa, que como me canse de esperar me voy”.

A los diez minutos llega, la veo por el cristal de la puerta. Como había previsto, el vestido le queda perfecto. Está deslumbrante, parece un ángel; mi amado ángel.

Camina con seguridad hacia mí; noto su pudor ante las miradas atentas de los demás comensales, pero los comprendo, yo tampoco soy capaz de dejar de mirarla. Cuando ve mi expresión, se pone roja y sonríe. Y yo sonrío. ¿Cómo es posible que la felicidad de alguien puede convertirse en la tuya también?

-Estás preciosa-. Digo cuando llega a unos pasos de mí.

-Y tú estás loca de remate. No tienes remedio-. Y me besa.

*****

La cena transcurre con total normalidad. Entre risas y bromas las horas se me pasan volando, como en un sueño, mi pequeño sueño del que no quiero salir.

- ¿Damos un paseo? Lleguemos a casa andando, así no hace falta llamar a tu padre-. Me dice, con toda la dulzura del mundo, como si me molestase.

-Está bien.

Salimos del local y automáticamente me da la mano, como si de una costumbre se tratase. Pasamos de nuevo por todas esas calles que anteriormente ya he nombrado y le cuento alguna de las historias que me rondan por la cabeza. Ella ríe, le gustan mis historias y mi manera de contarlas.

Llegamos a mi casa, abro la puerta y me dice que tenga cuidado por si despertamos a mi padre o a mi hermano. Lo que ella no sabe es que ellos esta noche no estarán aquí. Se lo digo y se ríe, sabe cuáles serán mis intenciones. Vamos al comedor y allí empiezan las sorpresas. Hay unas flechas por el suelo, las cuales llevan a mi habitación. Allí encontramos la cama llena de notas diciendo “Te quiero” y “Siempre estarás tú”. Se gira, me abraza y me besa. Todo eso dura segundos, pero siento como si fueran horas, quisiera pasarme así toda la vida.

La abrazo por la espalda y le aparto el pelo del cuello, la beso despacio. Se ríe, es feliz, lo noto en cada centímetro de su cuerpo. Mis manos recorren su espalda hasta llegar a la cremallera, la bajo. Tiene la piel suave, me encanta. Es un gran contraste con mis manos duras y ásperas. Así, sería capaz de demostrar con gestos lo que no puedo con palabras.

Me pierdo con ella, mientras que sábanas y estrellas son testigos de todo un sueño, mientras que mi mente viaja por la suya, mientras que el cariño se hace carne.

*****

Estamos en la cama, abrazadas. Le doy un beso en la mejilla.

- ¿Qué pasa? - Me pregunta con una sonrisa en la cara.

-Nada, que te quiero.

-Y yo a ti.

Me acerco hacia ella y la beso. Tiene los labios carnosos y dulces, saben al helado que se ha tomado después de cenar. Sonrío; siempre he pensado que las mejores sonrisas son aquellas que ocurren entre besos.

-Alexandra, eres lo mejor que me ha pasado nunca. Un día te tuve como amiga, y ahora te tengo como compañera de mundo. Me muero de ganas por ver cómo pasa el tiempo y te tengo a mi lado por siempre. Qué sí, qué siempre es una palabra muy fuerte, pero pensándolo bien, más fuerte es lo que siento por ti-. Me cuesta muchísimo hablar-. Me gustaría agradecerte todo lo que has hecho por mí, todo lo que aguantas cada día. Has aguantado mis lloros, mis dolores; y pese a todo sigues a mi lado. Gracias por ser tú, gracias por curar mis heridas. Te quiero, y mucho llega a ser poco.

Desde que empezamos a salir, le ha gustado que le diga este tipo de cosas. Estudio filología hispánica, y ella estudia medicina. Es la ciencia que le da sentido a mis letras.

-Tú también eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Te debo muchísimo y la verdad es que no me arrepiento de nada de lo que ha pasado contigo.

Me doy cuenta que la luz está apagada, y decido encenderla. Me levanto bajo la mirada expectante de Alexandra. Enciendo la luz. La observo y me rio.

- ¿De qué te ríes?

-Ahora que te miro detenidamente, eres preciosa-. Digo mientras me vuelvo a la cama.

Se sonroja y se tapa la cara con la sábana. Me río y le quito la tela que le tapa su rostro.

-Sí-, la beso-. Increíblemente preciosa.


FIN