Aquí va el solucionario del primer texto trabajado en este segundo trimestre:
SOLUCIONARIO
Elogio del que no lee
El 40% de los españoles no lee
nunca. Lo que equivale a decir que tiene mucho más tiempo para todo lo demás.
Por ejemplo, mientras usted
lee un libro el no lector a lo mejor escribe uno. Dos o tres horas de
tiempo libre no leyendo al día son dos o tres horas que puedes ir invirtiendo en escribir Guerra y
Paz, ojo,
aunque ya esté escrito. Porque si los primeros presumen de releer, a ver si es
que un no lector no va a poder reescribir sin cambiar una coma y de pe a pa el libro de
Tolstói. En plan novísimo.
Leer -como sucede con respirar, alimentarse o dormir- está sobrevalorado. Tengo un amigo que ha hecho grandes obras de arte jugando al Fifa en la Play y otro que lleva 25 años leyendo un libro
que no ha empezado. Y no van por ahí con gafas de pasta tirándose el pisto por las librerías de Malasaña.
Iñaki Uriarte afirma, en sus Diarios: "Antes estaba permitido
decir: 'Yo, de ciencias, no tengo ni idea'. Ahora empieza a generalizarse: 'Yo
no leo nunca'. Y el grupo se ríe con un gesto de aprobación".
No sólo es que haya gente que no
lee libros (no leer ya
está al alcance de cualquiera y se pueden no leer centenares de libros al año,
algunos buenísimos, decía Juan Tallón). Sino que hay gente que trata la literatura como si te fuera a
meter la salmonelosis en
casa. "Compra pan, cariño.
Mira el buzón. Y baja los libros a la basura, anda, que dan olor". Tantos libros se
encuentran por ahí en los contenedores (incluso no siendo de coaching), que los barrenderos de Ankara han decidido
rescatarlos y han montado una biblioteca con 5.000 ejemplares en una antigua
fábrica de ladrillos. Kafka con olor a cáscara de mandarina. Bierce con manchas
de kétchup. Onetti empapado de vino tinto... Así que en Turquía ya no saben quién ha hecho más por las
letras turcas: si Orhan Pamuk, que ganó el Nobel de Literatura, o los
profesionales de la inmundicia.
Al
libro, en general, le sucede lo mismo que a Keith Richards. Cuanto más viejo está, cuanto más ajado, cuando más sobado, cuanto más muerto, más vivo parece. Si lo sabrá el
británico. Una vez el guitarrista de los Stones se encontraba bastante mal y
decidió ir al médico. Éste le miró, le auscultó, le hizo unas pruebas y le dio
seis meses de vida. Richards salió atribulado, pero cuenta cómo acabó aquella
predicción: acudió al entierro del doctor.
PEDRO SIMÓN, 30/01/2019
Resumen
Los
índices de lectura de los españoles son muy bajos y la lectura se considera
sobrevalorada en una sociedad con una oferta cultural cada vez mayor. No leer
está dejando de ser motivo de vergüenza social y hay quien se define con
orgullo como no lector. Incluso aparecen noticias como aquella reciente sobre
la biblioteca que unos basureros turcos han montado con libros encontrados en
los contenedores. Sin embargo, han sido muchas las ocasiones en que se ha dado
al libro por muerto, y siempre ha resucitado, lo que invita a mantener la
esperanza en el futuro de la lectura.
Tema
-
Reflexión
irónica sobre los hábitos lectores de los españoles y reivindicación del futuro
del libro.
Modalización
1.
LÉXICO VALORATIVO
Son numerosos los ejemplos de vocabulario
valorativo, con el cual el autor realiza una valoración subjetiva de la
realidad al tiempo que se refiere a ella. Es el caso de adjetivos tan
reveladores como sobrevalorado, viejo, ajado, sobado o muerto, todos ellos aplicados al estado
de la lectura y el libro, normalmente de manera irónica. También se utiliza novísimo, adjetivo que incluye además
derivación apreciativa para llevar el adjetivo al grado superlativo, significando
la condición vanguardista que adquiriría la reescritura de clásicos no leídos.
En el terreno de los sustantivos también encontramos expresiones valorativas,
como obras de arte, gafas de pasta o salmonelosis, que identifica la lectura con una enfermedad.
2.
DEXIS PERSONAL Y SOCIAL
Aunque
el texto se presenta desde la tercera persona, el autor recurre a la primera
persona para hablarnos de su caso personal relacionado con el tema del texto,
al inicio del segundo párrafo (tengo un
amigo…). Es también destacada la deixis social al principio del texto,
donde el autor se dirige al lector tanto de usted (línea 2) como de tú (línea
4). Establece así un diálogo desenfadado con el lector al principio de su
columna, anticipando el tono irónico y coloquial que predominará después.
3.
RECURSOS TIPOGRÁFICOS
Y SIGNOS DE PUNTUACIÓN
El
autor recurre en un par de ocasiones a los incisos, ya sea entre guiones (línea
7) o entre paréntesis (líneas 13 y 14, líneas 17 y 18). El primero de estos
incisos hace equivalentes la lectura con la respiración, la alimentación o el
sueño como actividades “sobrevaloradas”. El segundo inciso sirve al autor para
apuntalar su opinión con un argumento de cita. Y el tercero contiene una
especie de chiste sobre la escasa calidad literaria del género de autoayuda, al
que refiere mediante el anglicismo coaching,
recogido en cursiva. Todos estos incisos transmiten, en cierta manera, la
subjetividad del autor, al suponer acercamientos al lector con los que se busca
su complicidad.
4. RECURSOS ESTILÍSTICOS
Recorre
el texto al completo el recurso de la ironía, ya desde su título. La ironía
consiste en la designación indirecta de la realidad, expresándose lo contrario
de lo que se desea transmitir. Así, es evidente el tono irónico del título del
texto (Elogio del que no lee), el de expresiones como “leer está sobrevalorado”
o el de referencias como la que se hace al papel salvador de la literatura de
los basureros turcos, por encima del del Nobel Orhan Pamuk. En el texto
aparecen otros recursos como la hipérbole (“otro que lleva 25 años leyendo un
libro que no ha empezado”, línea 9). Por último, es también destacable la comparación
con que se cierra el texto, en la que se equipara al libro con la figura de
Keith Richards, ambos dados por muertos en numerosas ocasiones para después
revitalizarse.
5.
CAMBIOS DE REGISTRO
En
el texto predomina un registro estándar, propio de este tipo de artículos de
opinión sobre temas de actualidad, dirigidos a un público masivo y no
especializado. Sin embargo, el autor hace uso de algunos términos y expresiones
que acercan el texto a un tono más coloquial, logrando así una mayor cercanía
con el lector. Es el caso de expresiones como “de pe a pa” (línea 6), “en plan…”
(línea 6) o “tirándose el pisto” (línea 10). También aparece el tono coloquial
cuando el autor se dirige al lector (“ojo”, línea 4) o cuando reproduce ese
diálogo imaginario en el tercer párrafo (“cariño…”, “anda…”). Estos cambios de
registro no sólo buscan la complicidad del lector, sino que están en perfecta
consonancia con el tono irónico que preside todo el texto.
Producción
Un
país que no lee es una sociedad esclava de la incultura y presa de la
ignorancia
Leer es un acto
revolucionario. No se es más libre que con un libro abierto en el regazo,
entregado al mundo invocado en nuestra imaginación por la magia de la palabra
escrita, que transforma en realidad momentánea las ficciones, que nos sumerge
en otras vidas, que nos permite asistir a mundos imaginarios o reales, pasados
o futuros. Leer te permite escapar del aquí y ahora, leer te enseña y leer te
hace indiscutiblemente mejor. Y es por eso que los poderosos siempre han temido
a la literatura.
La historia es
rica en ejemplos: desde el siniestro Índice de Libros Prohibidos de la
Inquisición hasta las ceremonias de quema de libros oficiadas por el régimen
nazi, pasando, obviamente, por la labor censora a que todas las dictaduras se
han entregado con fervor a lo largo del siglo XX (y de lo que llevamos del XXI).
La propia ficción literaria también ofrece ejemplos: nada había más arriesgado
en el 1984 de George Orwell que
conseguir un poco de papel y un bolígrafo con el que escribir. En Fahrenheit 451, Ray Bradbury imagina una
distopía en la que los bomberos se encargaban, paradójicamente, de quemar los
libros. Tanto la historia de la censura como la propia literatura distópica ya
nos avisan de que hay algo importante en la lectura. Importante y peligroso
para el poder. Por eso leer es revolucionario. Y hoy lo es más que nunca.
Recién iniciados
los años 20 del siglo XXI, nos encaminamos a pasos agigantados hacia otra distopía:
la de la Idiocracia imaginada por
Mike Judge en su película de 2006. Nuestra sociedad parece reivindicar la
imbecilidad en los medios de comunicación de masas, en las redes y en los
productos culturales de éxito. Inmediatez, simplicidad y fragmentarismo son los
tres pilares en que se sostiene la cultura popular del siglo XXI, y nada hay
más alejado del acto íntimo, profundo y lento de la lectura. Por ahí ya se
reivindica la slow food como alternativa
a la fast food. Quizá sea hora de
echar el freno y reivindicar la slow
culture, con la lectura como nuevo eje para un entretenimiento que nos haga
mejores y menos idiotas.
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